martes, 6 de diciembre de 2016

Entrevista a Maite Alberdi, directora de "La Once"

La once, documental dirigido por Maite Alberdi, es un filme que busca por sobretodo ser transversal. Si bien este documental expone a un grupo de mujeres conservadoras en todo el sentido de la palabra, también abre paso a otros temas que van desde la aceptación de la muerte, hasta de cómo se aborda una amistad sólida. Desde este punto surgen múltiples emociones, sentidos y reflexiones, con el propósito final de no resultar categóricos, ni taxativos.

En una entrevista realizada en el programa Radiópolis de Radio Universidad de Chile, la directora de este documental dio a conocer pistas de cómo realizó este documental y de los alcances que obtuvo finalmente.

¿En qué momento visualizaste, en esta rutina, una película?

Me di cuenta que tenía la película –grabamos cinco años– como en la mitad. Ahí yo dije: ok, realmente voy a poder armar una película. Yo creo que al principio fue un piquero. En general, yo me aseguro harto antes de grabar, pero en este caso como que sentía que tenía que grabar, que era urgente, que tenía que empezar rápido. Pero al principio no tenía la certeza para nada de que podía tener una película. Yo creo que tenía la necesidad de decir: bueno, estas mujeres son únicas, están viviendo los últimos años como amigas. Como que me llamaba la atención el grupo de amigas, que era muy radical, porque, si bien eran todas compañeras de colegio y habían tenido la misma formación, tenían personalidades muy distintas. Entonces, yo las veía pelearse, decirse todo en la cara y después seguir ahí sentadas como si nada. Entonces, me llamó la atención esa relación amistosa que me pareció bastante decidora en cuanto a los amigos como familia. Se suele decir mucho que sí, uno elije a los amigos, pero hasta cierto punto no más. Como que los amigos de la vida te quedaron y uno es súper distinto a los amigos. Y sí, los eligió, pero son lo que son, también. Entonces, me interesó grabar eso, pero la certeza de que había un relato ahí la tuve después de mucho tiempo de estar ahí con ellas grabando.

Así de estricto era el rodaje? ¿Ellas se juntaban todos los meses, no?

Sí, todos los meses, menos en febrero.

¿Y tú ibas todos los meses también?

Sí. A no ser que estuviera en festivales. Pero, en general, sí, y además ellas se acomodaban bastante a mi agenda, lo cual era una transa grande. Sí, siempre.

¿Y su disposición siempre fue buena? Hay que decir que una de las señoras que vemos es tu abuela. ¿Ella fue tu llave para entrar al grupo?

No, yo creo que todas. Yo creo que para el documental lo más difícil es la relación con los personajes, convencer a personas de meterles una cámara en su vida, en sus casas. Para mí, como directora, es algo dificultoso y creo que en este caso fue muy fácil porque era mi abuela y sus amigas. Tuve un acceso privilegiado que creo no voy a tener con otros personajes para estar tanto tiempo en ese lugar.  O sea, si no hubiesen sido cercanas no sé si hubiese podido estar cinco años ahí. No creo que uno no pueda lograr los mismos resultados con otro tipo de personajes, pero creo que, como directora, eso me costó poco trabajo. Accedieron rápidamente. Están felices. Nunca me cuestionaron nada. Durante el proceso no preguntaban, se dejaban llevar, estaban muy entregadas y confiadas. Por lo tanto ahí tenía un trabajo fácil como directora que creo no lo he tenido en otros trabajos.



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Para cerrar te quería pregunta algo sobre la forma del documental. Porque si bien tu estás registrando una once, una cosa comunitaria, el documental casi nunca las muestra en conjunto, casi siempre son primeros planos de ellas que van sucediendo, como individualizando a cada una. ¿Por qué elegiste esa forma de registro?

Por razones técnicas y de punto de vista. Uno: porque yo quería que el espectador realmente se sentara en la mesa y fuera uno más, y sentía que para que generar esa intimidad había que estar mirando de cerca. Y dos: porque había en ese sentido una dinámica femenina amistosa que no solo se comunicaba desde el diálogo, sino que se comunicaba desde la expresión facial. O sea, hay un personaje en la película, la Jimena, que cuando está enojada nunca lo dice. Pero uno se da cuenta por cómo la miró, que miró para abajo, que la está imitando con el murmullo. Entonces, hay una sutileza de la relación que se da en la cara, que si no tienes el primer plano la pierdes. Habían muchas cosas de esa dinámica femenina de “me miró, no me miró, qué cara me puso”, que se construía totalmente en el primer plano y que si tuviera que hacerlo en un grupo de hombres probablemente no usaría primeros planos. Porque están en acción relacionándose, están haciendo cosas: están haciendo el asado, que vamos a hacer el partido de fútbol, etc. Acá es: hablamos y me miraste, no me miraste, dijiste, no me dijiste, y las reacciones me hablaban mucho más de las cosas que lo que se estaba diciendo. Por ejemplo, hay una que tiene Alzheimer y las amigas se dan cuenta en la once que se le están olvidando las cosas y para mí es mucho más decidor de la intensidad de esa amistad ver la cara de la amiga dándose cuenta que la otra se olvidó de algo, que es como: qué tremendo, se olvidó, no se acuerda. Entonces, eso me ayudó a construir las relaciones.
Y, por otra parte, en términos técnicos, tenía tantos años de material, en distintas locaciones, con distintas estaciones, por lo tanto con distintas luces, que la única manera de pegar un material con otro y que no se notara era cerrarme para no develar el cambio de luz en el espacio y el cambio de lugar. Así podía montar el primer mes del año uno con el último mes del año cinco.


Por Marcelo Morales C. y Rodrigo Alarcón
Transcripción: Colectivo Miope
12 de junio de 2015

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